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3 octubre, 2025

Los Suillus del Maule, valor cultural y gastronómico

En los bosques de pino que se extienden por la región del Maule, estos hongos crecen en abundancia desde finales de verano hasta bien entrado el invierno. Son Suillus sp., conocidos popularmente como “callampas de pino”. Estos hongos han acompañado silenciosamente la vida de muchas familias rurales, convirtiéndose en un recurso cercano y accesible. Son hongos comestibles con un potencial culinario poco explorado.

Los Suillus se reconocen por su sombrero carnoso, de tonos pardos, crema y ocres, recubierto por una cutícula viscosa característica, que debe retirarse antes de cocinarlos, ya que para algunos puede ser indigesta. En lugar de láminas presentan una especie de esponja de poros amarillos o color crema que, con la edad, tiende a tornarse parda. El pie es firme y algo fibroso. Se asocia siempre a plantaciones de pino, con las cuales forman asociaciones, llamadas micorrizas, qué benefician tanto al árbol como al hongo.

En la zona central, y particularmente en el Maule, se han registrado principalmente:
Suillus luteus, conocido como callampa de pino negra por su sombrero pardo oscuro. Además, se diferencia del resto por que presenta anillo en su pie. Su sabor al deshidratar es intenso.
Suillus bellini, callampa de pino blanca. Su sombrero es de color crema, al igual que sus poros. El pie no presenta anillo y su carne es más compacta que la de otros Suillus. Al deshidratarlo, presenta notas de sabor dulce.
Suillus granulatus, de sombrero en tonos más claros, anaranjados y sin anillo. Es de todos los Suillus el menos apreciado por su textura más blanda.

​En la cocina tradicional maulina, la callampa de pino se ha preparado en guisos de legumbres, salteada con papas o en sofritos, por supuesto en empanadas y también en salsa blanca. Esencialmente se utiliza como un ingrediente complementario que aporta textura y volumen. En la actualidad, la gastronomía creativa ha comenzado a revalorizar estos hongos, incorporándolos en recetas dulces. Incluso se usa molido como especia.

​Consumidos frescos, los Suillus presentan una textura carnosa y esponjosa, con un sabor fúngico delicado. Al deshidratarlos, se concentran sus aromas, ganan intensidad y desarrollan matices más profundos que recuerdan a frutos secos o chocolate, incluso algunos lo describen similares al cochayuyo, esto los diferencia de otros hongos silvestres y los convierte en un excelente condimento para sopas, guisos y salsas. Esta doble vida —frescos o secos— les otorga un valor especial dentro de la despensa micológica del Maule, convirtiéndolos en un producto versátil que refleja la identidad local.

El acceso y la abundancia de los Suillus ha permitido que muchas familias de la zona fortalezcan su autonomía alimentaria. Recolectarlos no solo representa un alimento, también es un aporte, ya que suponen un extra en la economía familiar al ser comercializadas. En las comunas de Empedrado, Cauquenes, Colbún, San Javier, Pelluhue y Chanco la recolección de hongos silvestres contribuye hasta un 50 % de los ingresos familiares. Siendo las mujeres las que principalmente se dedican a la recolección. Además, muchos de los hongos recolectados en el Maule son exportados a Europa. Como dato curioso, la comuna de Empedrado se considera "la capital del hongo" de la región, en ella cada año se realiza “el mes del hongo”, donde se desarrollan actividades en torno al Reino Fungi. En toda la región pueden encontrarse fácilmente en mercados y ferias Suillus deshidratados durante todo el año. Todo ello afirma el vínculo cultural con el territorio, diversifica la dieta en un tiempo donde los alimentos tienden a homogenizarse y supone un aporte económico. Sin embargo, es necesario recolectarlos de manera responsable para seguir disfrutando de este recurso natural, esto se logra respetando el hongo, sin remover el micelio, evitando ejemplares muy jóvenes o dañados, y promoviendo la transmisión de saberes a las nuevas generaciones.

Los Suillus en el Maule son más que un recurso silvestre: son memoria, soberanía y, aunque introducidos recientemente, ya forman parte del patrimonio inmaterial de la región. Representan el diálogo entre la naturaleza y las comunidades que los habitan, y ofrecen una oportunidad única de reconocer que la riqueza micológica no se limita a lo raro o lo exclusivo, sino también a aquello que, año tras año, alimenta nuestras mesas desde la sencillez, exquisitez y la abundancia.