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5 noviembre, 2024

Queule: La fruta exótica

En los bosques húmedos de la Cordillera de la Costa, entre Maule y Biobío, vive el queule, Gomortega keule, endémico de Chile, que crece en quebradas y laderas con humedad persistente y tiene su límite norte en la Reserva Los Queules. Puede alcanzar 30 metros, muestra corteza gris y copas que no se tocan; la llamada timidez de las copas, dice Diego Muñoz, académico de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales (FACAF) de la Universidad Católica del Maule, ocurre porque “muchos árboles en los bosques desarrollan copas que llegan muy cerca, pero no llegan a entremezclarse. Si las ramas estuviesen entremezcladas, con el viento se dañan”.

Hoy se conocen 22 localidades en la Cordillera de la Costa y, según Muñoz, “lo más probable es que no queden mucho más de 3.000 o 4.000 ejemplares. Son subpoblaciones muy pequeñitas, ninguna es muy abundante”. Su corta está prohibida desde 1995 por su condición de Monumento Natural y el queule está en peligro crítico de conservación, o sea, se puede extinguir.

El fruto es una drupa grande, amarilla y carnosa que madura en verano y a menudo permanece en el árbol hasta que los temporales lo botan; alimenta a roedores, aves y pudú, y es megafaunico: “el fruto es súper grande, es uno de los frutos más grandes de la flora nativa chilena y es comestible. Lo curioso es que hoy día no hay ningún animal nativo en Chile que sea capaz de comerlo y dispersarlo”, explica Diego.

Sobre el origen profundo del linaje, Muñoz explica: “hay una madera fósil que se encontró en Patagonia, de varios millones de años, que tenía características afines al queule”, y añade otra pista distante, “hubo un estudio de una flor que encontraron en ámbar en Myanmar, de muchos millones de años, incluso antes de la extinción de los dinosaurios”, por lo que “el linaje del queule viene de antes. Por estas pocas evidencias, uno puede decir que el linaje del queule fue contemporáneo a los dinosaurios. No necesariamente era igual a lo que vemos hoy día, puede haber cambiado”, explica.

La flor actual es pequeña y aparece en otoño, “una época poco usual, hay menos insectos”, cuenta, otra rareza de la especie. El nombre keul quedó registrado en el siglo XVIII por un misionero en Concepción. La fonética no tenía una manera estándar de escribirse, lo que para Muñoz “indica un conocimiento ancestral, bien ligado a los pueblos originarios”.

En la mesa se consume fresco, hervido, al jugo, en mermelada, al rescoldo y en licor; la tradición advierte: “que el consumo fresco provoca ciertos problemas, lo que llaman borrachera, dolor de guata” cuenta Muñoz, y también hay memoria de bebidas: “hay una mención de un cronista español que sugiere que hacían antiguamente un brebaje, perfectamente podría ser una chicha, porque la pulpa fermenta”, explica.

La pérdida de grandes mamíferos explica su pobre dispersión actual: “hace 10.000 años se extinguieron varios animales de gran tamaño en Chile y Sudamérica, como la paleolama, un ciervo grande, el caballo americano y los gonfoterios, parientes de los elefantes. Muy probablemente comían, entre otras cosas, queules y otros frutos, y dispersaban semillas”, cuenta.

Para conservarlo, Muñoz insiste en dos claves, ecosistema y cultivo: “no tenemos que olvidar que las especies son parte de un ecosistema. No tiene mucho sentido tener una especie fuera de su hábitat. El queule necesita un ecosistema donde vivir e interactuar con otras especies es súper importante desarrollar el cultivo para aprovechar el recurso. De lo contrario la gente va a ir al campo a sacarlo sin manejo adecuado, y eso puede ser perjudicial para la conservación”, advierte.

​En Chanco ya se ensayan propagaciones en camellones frutilleros con apoyo de Conaf, y el horizonte deseable, dice Muñoz, es “restaurar zonas degradadas con el bosque original, con hualo, peumo y queule, y permitir que la especie sobreviva mejor en un ambiente de mejor calidad”, concluye.